Retrato de una miliciana extremeña
INMACULADA DE LA FUENTE
BABELIA, EL PAÍS, 03/02/2007
URL: [http://www.elpais.com/articulo/ensayo/Retrato/miliciana/extremena/elpepuculbab/20070203elpbabens_10/Tes]
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A los noventa años y con muchas vivencias a sus espaldas, María de la Luz Mejías Correa lanzó al aire unas memorias transcritas luego por su nieto con su propia voz narrativa. Miembro de las milicias populares desde el golpe de Estado de 1936, Mejías quiere así que ese periodo no caiga en el olvido ni en el revisionismo.
"Todavía me pregunto por qué fue tan sufrida mi vida", afirma la narradora. Éste es el relato de María de la Luz Mejías Correa, una extremeña de 90 años y miliciana durante la Guerra Civil. Narrado desde su propia voz, y con su voz, aunque el autor del libro sea su nieto Manuel Pulido. En ese sentido, el libro plantea un juego de espejos entre el escritor material y la narradora-autora de las memorias. ¿Quién escribe, quién narra y quién recuerda? El que escribe es el nieto, pero éstas no son unas memorias lanzadas al aire por la narradora y transcritas de modo notarial por Pulido. El narrador-transcriptor es en realidad el autor del libro. Quien figura como autora se revela como la verdadera voz narradora. El autor material explica al comienzo que ha elaborado un personaje, el de María, la miliciana del batallón de Pedro Rubio, y en ella ha volcado lo que su abuela le ha contado en conversaciones grabadas, cotejadas después con ella y retocadas para darle forma.
¿Ficción o testimonio? Se puede leer de las dos maneras. Escrito en primera persona, estamos ante un ejercicio narrativo de travestismo literario consciente: la narradora, María la Miliciana, una mujer que apenas sabe leer y escribir, nos ofrece sus peripecias como luchadora republicana al lado de su futuro marido, Juan, y de su hermano Francisco. Pero al mismo tiempo es una historia de ficción real sobre la infancia y juventud de María de la Luz Mejías, su paso por las milicias populares, la cárcel, la represión, la posguerra y la llegada de la democracia. No en vano es sobre el fondo de su voz sobre la que su nieto construye su biografía. Incitándola a recordar de un modo soterrado y retocando algunas de sus expresiones sin que éstas pierdan autenticidad. Al final lo que sobresale es un prototipo de mujer humilde y emprendedora de la Extremadura rural. Nacida en 1916, su biografía, marcada por la lucha por la supervivencia, atraviesa todo el siglo XX y, con ella, las transformaciones de España. Viva, rebelde y sedienta de justicia, la joven se lanza casi adolescente a trabajar en casas de buenas familias de Badajoz y en un hospital como forma de sustento y a la vez de liberación de una situación familiar no satisfactoria. Con la República, ella, su novio y su entorno, asalariados y jornaleros del campo, ven llegar un soplo de esperanza, la promesa de un reparto más justo entre las fuerzas del trabajo y el capital. Miembro de base de las Juventudes Socialistas Unificadas y sin un perfil político acusado, el golpe de Estado de 1936 la empuja a unirse a las milicias populares. Marcados como rojos por los vecinos, sin recursos materiales ni mentales para plantearse el exilio, enrolarse en la lucha fue tal vez inevitable, aunque requiriera voluntad y valor. Tras un año de lucha en Extremadura y en los alrededores, Mejías recibe una pequeña herida y pasa a la retaguardia, se casa con Juan y habitan en Madrid con otras familias en el piso de unos burgueses huidos. En ese tiempo, ella y otras milicianas fueron apartadas del frente por el decreto del Gobierno que reorganizó las milicias y prohibió la presencia de mujeres, con la excusa de que no siempre eran respetadas o que se infiltraron prostitutas. Extremos que María (miliciana flanqueada por su hermano y por su novio) desmiente.
A través de su relato vemos la barbarie de la guerra en ambas zonas. Crímenes inadmisibles que no se pueden extender a todos los luchadores ni desde luego a Mejías, combatiente a pesar de sí misma. Con todo, la parte más emocionante y auténtica es la que describe la lucha denodada contra el hambre y la escasez de la ex miliciana y su marido durante la posguerra para sacar adelante a sus hijos. Sólo el desarrollismo y, sobre todo la transición, con la devolución de las libertades, dieron sosiego y bienestar a sus vidas. Memoria subjetiva la de Mejías, pero verosímil y bien articulada, la suya es una historia a sumar a los testimonios surgidos en el 70º aniversario de la Guerra Civil. Con su relato, Mejías y su nieto persiguen que aquel periodo cruel no caiga en el olvido ni en el revisionismo, y que el esfuerzo de los descendientes de los vencidos por hacer público su dolor hasta ahora oculto no sea tildado de revanchismo. No lo hay en este libro y sería absurdo que quienes reivindican la legitimidad de su papel histórico al lado del Gobierno republicano negaran el dolor de las víctimas anónimas e inocentes que perdieron la vida en la trinchera sublevada. El duelo y la piedad deberían alcanzar a unas y otras víctimas, pero la responsabilidad histórica de desencadenar aquel periodo bárbaro, y de prolongarlo más allá de la victoria, tiene nombres conocidos difíciles de soslayar.
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A los noventa años y con muchas vivencias a sus espaldas, María de la Luz Mejías Correa lanzó al aire unas memorias transcritas luego por su nieto con su propia voz narrativa. Miembro de las milicias populares desde el golpe de Estado de 1936, Mejías quiere así que ese periodo no caiga en el olvido ni en el revisionismo.
"Todavía me pregunto por qué fue tan sufrida mi vida", afirma la narradora. Éste es el relato de María de la Luz Mejías Correa, una extremeña de 90 años y miliciana durante la Guerra Civil. Narrado desde su propia voz, y con su voz, aunque el autor del libro sea su nieto Manuel Pulido. En ese sentido, el libro plantea un juego de espejos entre el escritor material y la narradora-autora de las memorias. ¿Quién escribe, quién narra y quién recuerda? El que escribe es el nieto, pero éstas no son unas memorias lanzadas al aire por la narradora y transcritas de modo notarial por Pulido. El narrador-transcriptor es en realidad el autor del libro. Quien figura como autora se revela como la verdadera voz narradora. El autor material explica al comienzo que ha elaborado un personaje, el de María, la miliciana del batallón de Pedro Rubio, y en ella ha volcado lo que su abuela le ha contado en conversaciones grabadas, cotejadas después con ella y retocadas para darle forma.
¿Ficción o testimonio? Se puede leer de las dos maneras. Escrito en primera persona, estamos ante un ejercicio narrativo de travestismo literario consciente: la narradora, María la Miliciana, una mujer que apenas sabe leer y escribir, nos ofrece sus peripecias como luchadora republicana al lado de su futuro marido, Juan, y de su hermano Francisco. Pero al mismo tiempo es una historia de ficción real sobre la infancia y juventud de María de la Luz Mejías, su paso por las milicias populares, la cárcel, la represión, la posguerra y la llegada de la democracia. No en vano es sobre el fondo de su voz sobre la que su nieto construye su biografía. Incitándola a recordar de un modo soterrado y retocando algunas de sus expresiones sin que éstas pierdan autenticidad. Al final lo que sobresale es un prototipo de mujer humilde y emprendedora de la Extremadura rural. Nacida en 1916, su biografía, marcada por la lucha por la supervivencia, atraviesa todo el siglo XX y, con ella, las transformaciones de España. Viva, rebelde y sedienta de justicia, la joven se lanza casi adolescente a trabajar en casas de buenas familias de Badajoz y en un hospital como forma de sustento y a la vez de liberación de una situación familiar no satisfactoria. Con la República, ella, su novio y su entorno, asalariados y jornaleros del campo, ven llegar un soplo de esperanza, la promesa de un reparto más justo entre las fuerzas del trabajo y el capital. Miembro de base de las Juventudes Socialistas Unificadas y sin un perfil político acusado, el golpe de Estado de 1936 la empuja a unirse a las milicias populares. Marcados como rojos por los vecinos, sin recursos materiales ni mentales para plantearse el exilio, enrolarse en la lucha fue tal vez inevitable, aunque requiriera voluntad y valor. Tras un año de lucha en Extremadura y en los alrededores, Mejías recibe una pequeña herida y pasa a la retaguardia, se casa con Juan y habitan en Madrid con otras familias en el piso de unos burgueses huidos. En ese tiempo, ella y otras milicianas fueron apartadas del frente por el decreto del Gobierno que reorganizó las milicias y prohibió la presencia de mujeres, con la excusa de que no siempre eran respetadas o que se infiltraron prostitutas. Extremos que María (miliciana flanqueada por su hermano y por su novio) desmiente.
A través de su relato vemos la barbarie de la guerra en ambas zonas. Crímenes inadmisibles que no se pueden extender a todos los luchadores ni desde luego a Mejías, combatiente a pesar de sí misma. Con todo, la parte más emocionante y auténtica es la que describe la lucha denodada contra el hambre y la escasez de la ex miliciana y su marido durante la posguerra para sacar adelante a sus hijos. Sólo el desarrollismo y, sobre todo la transición, con la devolución de las libertades, dieron sosiego y bienestar a sus vidas. Memoria subjetiva la de Mejías, pero verosímil y bien articulada, la suya es una historia a sumar a los testimonios surgidos en el 70º aniversario de la Guerra Civil. Con su relato, Mejías y su nieto persiguen que aquel periodo cruel no caiga en el olvido ni en el revisionismo, y que el esfuerzo de los descendientes de los vencidos por hacer público su dolor hasta ahora oculto no sea tildado de revanchismo. No lo hay en este libro y sería absurdo que quienes reivindican la legitimidad de su papel histórico al lado del Gobierno republicano negaran el dolor de las víctimas anónimas e inocentes que perdieron la vida en la trinchera sublevada. El duelo y la piedad deberían alcanzar a unas y otras víctimas, pero la responsabilidad histórica de desencadenar aquel periodo bárbaro, y de prolongarlo más allá de la victoria, tiene nombres conocidos difíciles de soslayar.
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